miércoles, 30 de septiembre de 2015

Canciones que podría escuchar eternamente | Capítulo 1

 Mad World


Descubrí esta maravillosa canción viendo Donnie Darko (EE.UU. 2001. Dir.: Richard Kelly) y la capturé con la aplicación Shazam. Mad World fue interpretada en 1982 por la banda británica Tears for Fears y en la película aparece una versión especial que hicieron Michael Andrews y Gary Jules. Cuando la escuché de nuevo, tras haber visto Donnie Darko, le di al botón "Ver de nuevo" unas diez veces seguidas, sin exagerar. Ésto me pasa únicamente con canciones con las que siento un flechazo desde el primer momento y cuando ocurre, pasan a ocupar automáticamente un espacio en mi discográfica mental. Recurro a las canciones que almaceno en mi memoria cada vez que lo necesito y a Mad World recurriré siempre que me sienta incomprendida o abrumada ante cualquier circunstancia. Dejo aquí el vídeo de YouTube para quien quiera escucharla:


Hoy me he propuesto plasmar lo que me inspira Mad World utilizando Illustrator (un programa de diseño) y publicarlo en el blog. El resultado no me convence pero he decidido compartirlo por ser fiel a mi idea inicial y porque si "ésto" es lo que me sugiere la canción, algún valor tiene que tener.


lunes, 28 de septiembre de 2015

Crítica de cine | Yo, él y Raquel (Me and Earl and the Dying Girl)


La amistad como vehículo para quererse más a uno mismo   

Un adolescente es obligado por su madre a hacerse amigo de una chica con leucemia.
Thomas Mann y Olivia Cooke, en "Me and Earl and the Dying Girl".

La adolescencia es una época de cambios donde la mayoría de los jóvenes busca encajar en un grupo con el que se sientan identificados para afrontar la madurez con otros que comprendan la dificultad que supone este paso. No es el caso de Greg, un chico inteligente y peculiar que concentra sus esfuerzos en ser invisible a los ojos de sus compañeros de instituto por temor al rechazo. Sólo se relaciona con Earl, su único amigo, para rodar extrañas películas basadas en otras que ya han visto.

Un día, la madre de Greg lo obliga a “hacer algo bueno por otra persona” y llamar a Rachel, una chica a la que han diagnosticado leucemia, para ofrecerle pasar el rato. La amistad que ambos construyen conmueve por estar basada en ayudarse mutuamente a aceptarse a sí mismos, compartir sus miedos e intentar hacerlos desaparecer. Greg se esfuerza por acompañar y divertir con sus ocurrencias a Rachel pese a la vulnerabilidad que siente al exponerse ante alguien. Y ella lo empuja a salir de ese anonimato autoimpuesto en el instituto y a elegir un futuro en una universidad.

“Me and Earl and the Dying Girl” es en definitiva una película que recuerdas días después de haberla visto y a la que se agradece esté protagonizada por personajes creíbles con problemas tratados sin trivialidad, pese a desarrollarse en el contexto escolar. No hay rastro de los efectismos que con frecuencia encontramos en las películas sobre enfermedades y que sólo pretenden hacernos llorar como magdalenas. Y es precisamente el humor que impregna todo el guión lo que la hace especial. Porque en el fondo, está claro, nadie quiere estar solo y nadie quiere morir. Y la risa es una buena alternativa


  • Lo mejor:  La secuencia final.
  • Lo peor: La traducción del título de la película al castellano.
  • Te gustará si: Te sientes identificado con los jóvenes diferentes que no encajan en los estereotipos del instituto.
  • Si te gustó, te recomiendo: Las ventajas de ser un marginado (The Perks of Being a Wallflower). EE.UU. 2012. Dir.: Stephen Chbosky.

Puedes saber más datos sobre Me and Earl and the Dying Girl (se estrena en España el 9 de octubre de 2015) consultando su ficha en filmaffinity

viernes, 25 de septiembre de 2015

Reflexiones



Cualquier tiempo pasado nos parece mejor


 
Los seres humanos somos muy contradictorios. Nos ponemos nostálgicos a menudo recordando los juguetes con los que nos divertíamos en nuestra infancia o las series de dibujos animados que veíamos, e incluso ponemos muecas de cariño al recordar la tecnología que usábamos antaño. Pero luego nadie propicia que su hijo pequeño juegue al pilla-pilla, en la televisión se emiten mayoritariamente series en 3D y queremos tener el móvil con la pantalla más grande posible. Es decir, nos gusta recordar el pasado pero luego que se quede donde está, que no se mueva de ahí ni perturbe nuestro presente.

¿Qué nos ocurre entonces? Si consideramos que era más sano jugar con tus amigos en la calle con una pelota, ¿por qué comprarle a los niños videoconsolas y tablets? Si series como Heidi, Oliver y Benji o Delfy y sus amigos funcionaron para transmitir valores educativos, ¿por qué realizar series protagonizadas por niños que actúan como adultos? Y si fuimos felices con televisiones sin mando a distancia y con móviles que prácticamente sólo servían para llamar, ¿por qué estamos obsesionados con poseer aparatos de última tecnología?

Podría pensar que simplemente se trata del idealismo con el que miramos todo o a todos los que nos hicieron felices en un momento dado de nuestra vida, deleitándonos en el terreno seguro de lo que fue y ya no es, que no nos pide nada a cambio. Podría pensarlo; si no fuera porque estoy convencida de que, detrás de esa melancolía por lo vivido, hay un poso de verdad del que podemos aprender. Tal vez la clave esté en buscar el equilibrio entre lo nuevo y lo antiguo. En disfrutar del avance de la tecnología y de la información sin olvidar esas cosas que nunca quedarán obsoletas: jugar en la calle, merendar pan con aceite, hacer un puzzle, ver la televisión en familia.

No perdemos nada por intentarlo. Que el tiempo que nos debería parecer mejor es el presente.

martes, 22 de septiembre de 2015

Ojalá fuera sólo una película | Capítulo 1


Malditos vecinos

 



A veces la recurrida pregunta “¿qué te llevarías a una isla desierta?”  tiene una respuesta muy clara: cualquier cosa, menos vecinos. Y no se trata de un caso de comportamiento antisocial ni de exigencias incomprensibles; es cuestión de supervivencia. 

De acuerdo que no es necesario que nuestros vecinos nos den la bienvenida con tartas, al más puro estilo made in USA, pero demostrar un poquito de empatía sí que se agradecería. Algunas situaciones, como hacer ruido a horas inadecuadas, si suceden de forma aislada pueden recibir la etiqueta de “están dentro de la normalidad” porque la empatía debe circular en ambos sentidos. Pero cuando con frecuencia tu vecina del piso de arriba decide limpiar a las seis de la mañana y para ello arrastra todos los muebles posibles por el suelo o pone música con el suficiente volumen como para que se escuche en todo el edificio, entonces admite la etiqueta de “me gustaría explicarte qué es la educación”.

Lo que me resulta más triste es que, al final, los perjudicados somos los que aguantamos circunstancias adversas por no generar un conflicto. Y no sólo en el ámbito vecinal, sino en nuestro día a día. Flaco favor nos hacemos a nosotros mismos y a aquellos de quienes somos ejemplo, pues está comprobado que sin luchar no se consigue nada. Creo firmemente que con buenos modales se puede expresar absolutamente todo. Desde un “¿perdona, podrías bajar la música?” hasta un “disculpa, te has colado en la fila”. 

Es importante que no nos resignemos. Que se empieza soportando a un maldito vecino y se acaba haciendo lo mismo con un Presidente (no, no me refiero al de la Junta vecinal).

  • Película que da título al post: Malditos Vecinos (Neighbors). EE.UU.2014. Dir.: Nicholas Stoller. Puedes saber más datos sobre esta película consultando su ficha en filmaffinity